La batalla de «los Charcos»

Las batallas, ya lo conté días atrás, son algunos de los momentos de clímax narrativo más importantes en «El Libro Lacre». En cualquier libro, diría yo.
231017 batalla de los charcos

Ya he hablado de batallas en otras entrada. La primera fue para loar el libro que había escrito un amigo y colega ingeniero sobre una que conocía muy bien. La última, allá por finales del año pasado, para compartir con vosotros alguna de mis fuentes de inspiración sobre la cuestión y describir un poco el proceso que me llevaba hasta su escritura.

Seguro que he hablado de batallas en más ocasiones, dada su importancia en la trama, pero no lo recuerdo. Cuestiones de mi caprichosa memoria, inválida siempre. Será que en días sangrientos como los que vivimos, a uno le vienen a la cabeza sangre y batallas, aunque sea únicamente de las inventadas de las que se siente capaz de hablar.

Hoy quiero explayarme sobre una de ellas. Una en concreto, no de todas en general, como hice en aquella entrada. Es uno de los momentos más relevantes del segundo tomo de la saga, «Sin tierra ni patria», que, sin cerrarlo ―todavía sucede alguna cosilla más tras la batalla y antes de la última página―, define cómo arrancará el tomo III.

En una lucha, que en nuestra imaginación puede parecerse a las lizas de la edad media europea, los contendientes creen saber qué les va a suceder y así lo trazan en sus planes. Del éxito o fracaso de esa estrategia, del valor y la fuerza del brazo de sus hombres, de los medios materiales, la cantidad de caballería o armamento y, siempre, de la buena o mala fortuna del día, dependerá que al finalizar la batalla unos estén cubiertos de sangre y llorando a sus muertos o bañados en vino y regalando canciones a sus héroes.

Más sobre la batalla de «los Charcos»:

En esta batalla de la que hoy os hablo, allá en las alturas de las Montañas del Corte, la cordillera al norte más cercana a la capital otonomia, un pequeño rincón al que los lugareños llevan a pastar el ganado fue el lugar elegido para la batalla final. La elección inicial cayó del lado otonomio, pero los furtivelianos, henchidos de arrogancia, creían poder ganar en cualquier lugar. De hecho, eso lo creyeron, en algún momento de la liza, ambas huestes.

Empero, la realidad, obstinada e imprevisible, se empeña en hacer ver a los hombres cuán pequeños son, en ese caso al lado de monstruos fantásticos como los dragones o bestias despiadadas como los buhotrones. Los generales de ambos ejércitos, tan ufanos ellos al iniciar la batalla, quedaron desolados al ver cómo ejércitos enteros eran juguetes en manos de niños monstruosos que nunca debieron poder decidir acerca de las vidas de los hombres.

Exactamente igual que muchos hombres, que tampoco merecen tal capacidad pues, en su poder, es más una maldición con final abocado a la desgracia que un privilegio para convertirlo en una nueva esperanza. Si una batalla ya es trágica por definición, más lo será cuando es incomprendida e incomprensible.

En «los Charcos», ese apartado lugar de las Montañas del Corte, sucede algo de esto… y mucho más.

Permitidme que no continúe destripando la historia aquí y ahora, en la idea de que seais capaces de disfrutar de la batalla como únicamente puede hacerse: leyéndola o viéndola o escuchándola, como parte de una ficción que deseamos cercana y, al tiempo, tan lejana como sea posible.

Para los más vagos ―me he inspirado en mí mismo al hacerlo―, que de todo tiene que haber entre mis lectores, aquí dejo un pequeño interludio musical camuflado de crimen con ínfulas de vídeo donde podéis ver esto mismo, pero de otro modo… seguramente mucho más entretenido. Como siempre digo, sed tan duros como corresponda con mi obra al juzgarla, aunque en este caso creo conocer el veredicto: culpable. 😆

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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