Los insultos

Hechos sucedidos en mi vida en estos días me hacen reflexionar sobre el insulto y, por ende, el lugar que ocupa en la literatura.
240424 los insultos

Ya escribí hace algún tiempo sobre los insultos, pero fue a raíz de otra circunstancia, cuando el politicucho de turno afirmó que había que naturalizar el insulto. Aun contando con la conveniencia de no dramatizar y extremar todo lo que sucede en ese mundo tan detestable, no estaba de acuerdo, sigo sin estarlo y así lo escribí.

Pero hoy no voy versaré acerca de esto, sino de la emisión de insultos sin arte ninguno y su participación en el arte de escribir.

Con el desorden habitual con el que me atacan los pensamientos, me surgen varias cuestiones a considerar. La primera y no menor es que el insulto es una herramienta muy fácil, demasiado. Es infinitamente más sencillo menoscabar la opinión de alguien descalificándola con un insulto que tratar de rebatirla de modo racional y fundamentado. Eso hace que el insulto esté al acceso de todos, pues no necesita de inteligencia, datos o reposo para su uso. La democracia en su peor forma.

El humor faltón también es instrumento habitual y de sencillez pasmosa en su uso. Todos sabemos chistes que, de un modo u otro, o específicamente, agravian a alguien. Esto tiene la importancia que cada uno de los agraviados quiera o no pueda evitar darle. Es, por tanto, algo más personal, menos generalista. Una visión amable del insulto, que puede ser la más dolorosa.

No soy de los que se complacen con ese tipo de gracietas, pero reconozco que, incluso sin quererlo, en más ocasiones de las que gustaría a mi cerebro, yo mismo las uso, para mi propia vergüenza. ¿Cuestión de educación? ¿De cultura? ¿Costumbre? Quizá todo ello al tiempo.

Todo esto, por desgracia, llega a la exacerbación gracias a las redes sociales. En esos ecosistemas artificiales donde medran por igual los pobres de carácter como quienes están demasiado sobrados de él, el insulto es la primera arma que se encuentra por muchas razones. Ahí, insultar es gratis, inmediato, gracioso, crea comunidad o permite adherirse a una y, algo nada desdeñable hoy en día: consigue visionados y likes, aunque nada más sea por las barbaridades dichas o lo apretada que es la ropa de quien las dice.

¿Peligro de que el insulto campe por entre nosotros como un escarabajo entre el estiércol? Que del insulto a la amenaza, y de la amenaza a la restricción, y de la limitación a la prohibición, hay muy menos pasos que dar que palabras tiene esta frase.

Hace años diversos intelectuales (o gente que se vende como tales) anglosajones publicaron una carta en Harper´s Magazine, a la que luego se adosaron más profesionales del mundo latinoamericano, que defendía precisamente esto. Versaba aquel texto sobre la necesidad de alejarse del insulto y la controversia forzada si se quería libertad para opinar y escribir de modo que pudiera dar lugar a debates interesantes para todos, se estuviera o no de acuerdo con el asunto en cuestión. Os invito a leerla.

Entre los profesionales de las letras (y de la música, de la pintura… de toda expresión artística como medio de decir algo, que siempre puede pervertirse), como no puede ser de otro modo, el insulto también se da. Soy tan viejo que las canciones con insultos que me vienen a la cabeza son Idiota de los Ronaldos , Bitch  de Meredith Brooks o el Vaffanculo de Masini que hace muchos años tarareé hasta quedarme ronco, además de una de las míticas de la Jurado, cuyo título no recuerdo y no buscaré, en la que se daba un homenaje poniendo a su pariente a caldo… pero con clase.

Escuchando a los notables de hace unos años, uno llega a la conclusión de que antes también se insultaba, pero se insultaba mejor.

Más sobre los insultos:

Tenía entre los pendientes de mi librería una pequeña joya, «El arte de insultar», de Schopenhauer y he decidido que sea mi compañero para este viaje. Lo compré hace años, pensando que me ayudaría a vituperar a los demás con algo más de categoría de la que tiene este barriobajero. Creo que no conseguiré tal objetivo, porque más que instruirme en el innoble arte de la invectiva, el libro es un compendio de las faltas de respeto que el autor dedicó a diestro y siniestro. Aunque, bien pensado, es otro modo de aprender, a través del ejemplo de alguien que sabe cómo usar las palabras, en lugar de un ensuciacuartillas cualquiera.

En cuanto a mis obras, he de declararme poco aficionado a explayarme con insultos, salvo que sean una característica muy particular de algún personaje. En algún caso, exagerado hasta la coprolalia.

No puedo dejar de mencionar aquí a un personaje de «El Libro Lacre», al que tengo un cariño muy especial: el capitán Vermud Dovskin. Ese bragado militar no sabe decir una frase sin que caiga algún taco o ponga a alguien a bajar de un burro, algo que me llevó mucho más tiempo del que parece. En él, he intentado hacer del insulto un rasgo definitorio, con su origen certificado y sus consecuencias en determinados momentos del relato.

Es así, con sentido, como entiendo el insulto en una novela.

De otro modo, el insulto es, valga como ejemplo, despreciable.

Felices lecturas.

Picture of Eduardo Noriega

Eduardo Noriega

¿Te ha gustado? ¡Compártelo!

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Telegram

Mis libros

Últimos post

Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

Sígueme

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad