El caso es que, hace meses, presenté una novela a un concurso y, desde aquel día, cayó en mi olvido particular, abonado por mi despiste habitual.
El concurso literario elegido (Premio de Novela Ateneo de Sevilla) fue seleccionado más por encajar en mis fechas particulares (la fecha límite para hacer llegar el original de la novela estaba en el periodo entre el día que finalicé el manuscrito y la de realización de los primeros envíos a editoriales a los que me dediqué poco después) que por alguna preferencia especial, pero resulta que el premio Ateneo de Sevilla es de los más renombrados en España si de narrativa se trata. Buen momento y mejor lugar para empezar a ganar.
Ignoro, pasados los meses, lo que me llevó a ver en qué estado se hallaba aquel envío en el que no había vuelto a pensar, pero hoy lo hice. Resulta que el fallo ya tuvo lugar, con ceremonia de entrega de premios incluida. Teniendo en cuenta que nadie me avisó para acudir ni vino a mi casa agitando una invitación en un sobre dorado, solamente eso ya haría pensar al lector avezado que no resulté ganador.
Pero tan evidente conclusión, que duele casi como mi brazo al ser competitivo que todavía llevo dentro, tiene sus matices. Resulta que alguien pensó (y publicó allá por abril, algo que, de nuevo, mi despiste se encargó de ocultarme) que tal vez no llegase a ganador ―eso estaba aún pendiente de decidir en aquel entonces―, pero sí podía ser prefinalista. De entre las 215 novelas que unos cuantos ilusionados ilusos presentamos al premio, la mía estuvo entre las once prefinalistas. No está mal, me susurra al oído mi lacerado orgullo.
Más de los despistes, los olvidos y los premios:
Lo que sucedió después, no por esperable es mejor: la novela que presenté no llegó a alcanzar la siguiente fase y, así, mi relato ni pudo erigirse en finalista o vencedor.
Aquí, el despiste queda sustituido por la vanidad. No soy tan ingenuo como para no saber que aún soy poco más que un proyecto de literato, pese a mi bagaje nada desdeñable de cuatro libros publicados, uno más en capilla, otro en proceso de creación y varios premios literarios. Pero que en un partido en la liga de los grandes, haya logrado situar mi obra tan cerca de la de los elegidos regala a mi inquietud unos instantes de consideración de los que normalmente no goza, perdida entre desdenes propios, olvidos ajenos y, de nuevo, despistes del mundo editorial.
Pero los montañeses somos tenaces. Y este no está por abandonar el reto por causas tan nimias como un pequeño fracaso que, más que entristecer, honra al autor por certificar que con cada página que crea está más cerca de lograr dejar de ser un ingeniero que escribe para pasar a ser un escritor al que le gusta la ingeniería.
Otra vez será.
Por cierto, la despistada novela que tan cerca estuvo de ganar el premio Ateneo de Sevilla 2025 tiene por título «Nordeste Amargo», es mi primera y muy ilusionante incursión en el género negro y próximamente os daré más noticias suyas.
Felices lecturas.