Objetivos

Se dice siempre que hay que tener objetivos en la vida. ¿Y qué pasa si no se tienen?
230227 objetivos haya+roble juntos

El mundo de hoy nos quiere a todos cazadores de objetivos, héroes capaces de las mayores hazañas para conseguir lo que ansiamos. Gustamos solo si perseguimos aventuras, viajes por territorios hostiles o de maravillosas vistas. Hemos de luchar por todas las causas, sin pararnos a pensar siquiera en si lo merecen, nada más que porque lo bala el rebaño.

¿Y si no? ¿Y si nada más se busca la felicidad propia y de los más cercanos? ¿Es ese un objetivo menor, solo porque quizá pueda lograrse sin salir del hogar o sin calzarse botas y piolets?

Me viene a la cabeza la cuestión de los objetivos al pensar en la penúltima tontería que he hecho. En parte influido por las palabras de José Martí (aunque hay quienes piensan que esto viene de mucho más antiguo, de la adaptación de un relato profético de un tal Mujámmad) acerca de los fines que todos debemos tener en la vida.

Estos son (eran, mejor dicho, las cosas han cambiado mucho desde el siglo XIX) esos objetivos a los que todo ser humano ha de dedicar su vida y ver cumplidos antes de que acabe. «Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro».

Pienso que siguen siendo objetivo válidos y loables, aunque alguno pueda pensar lo contrario. ¿Para qué van a plantarse más árboles si luego no se mira por ellos, se talan sin miramientos y las ciudades se comen todo? ¿Para qué tener un hijo si solo va a sufrir y este mundo ya está superpoblado? ¿Para qué escribir un libro si con lo que uno puede ver en internet ya no hacen falta los libros?

A cada una de estas afirmaciones se le puede adosar una contraria. Solo nosotros mismos, dueños únicos y condicionados de nuestras vidas, tenemos derecho a decidir si nos quedamos con el listado de objetivos vitales de Martí o preparamos los propios, diferentes de todos los demás.

En un relato, todo es mucho más sencillo si los personajes que por él se pasean tienen objetivos, cuanto más inamovibles y complejos, mejor. En esos lugares, un ser sin objetivos es un ser inane, aburrido y, por ende, prescindible, sobrante. Nada hay peor en una novela que un personaje que sobra.

Más sobre los objetivos:

Por eso es más enriquecedor para la trama que los objetivos de sus personajes estén tan grabados en ellos que los conviertan en capaces de cualquier cosa. Alguien con propósitos fijos puede llevar a cabo actos increíbles para el vulgo, al alcance solo de los héroes y villanos más excesivos, esos personajes que todo autor quiere llevar a sus relatos.

¿Qué sería de El Libro Lacre si Córnel no tuviese tatuado en su ser la voluntad de encontrarlo a cualquier precio y con él cambiar Homeria? ¿O sin la ambición de Mandoline por hacer de su condado un territorio más grande del que era y mejor a como lo halló? ¿O sin la voluntad inquebrantable del gran mago Winstez por hacer que la ignorancia extendida por siglos de dominio de nobles desaparezca del mundo, aunque sea a su modo?

Volviendo a los objetivos declarados para el mundo y la posteridad por Martí, el de los libros, como palmariamente declaro cada vez que me da por contar algo este foro, está cumplido. Bien o mal, allá cada uno de mis lectores. El del hijo, de momento está lejano e, ineludiblemente, necesita de una colaboradora que hasta la fecha no ha cruzado sus pasos con los míos.

Resta entonces, nada más y nada menos, el de los árboles.

Me considero alguien cuidadoso con lo que algunos definen como Naturaleza y yo prefiero llamar el mundo más allá del hormigón y el acero. Curioso, pues de ellos es de los que vivo. Sin extremismos, estúpidos para todo, creo que procurar el bien de nuestro planeta es cada día que pasa más una obligación que una elección. Por eso, cumplir con este fin ha sido relativamente sencillo y gratificante.

Han sido dos, un haya y un roble, árboles típicos de la tierra que me vio crecer y que, en mi cabeza, poseen belleza y cualidades literarias a raudales. En tolkieniano homenaje, han sido bautizados como los dos árboles más famosos de su legendarium, pero pronunciados como yo los leí la primera vez que tuve en mis manos El Silmarillion. Errores de juventud. Laurelín el dorado y Telperión, el blanco, desde hace unas semanas y espero que para siempre, certifican en Cantabria el cumplimiento del segundo de mis objetivos.

¿Qué es alguien sin objetivos? Quizá lo mismo que un bosque sin árboles… o no.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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