Son numerosos los bosques que salpican Homeria: el Bosque de Piedra, el Bosque Sin Nombre, el Bosque Salado, el Bosque de Hómerin, la Fronda Roja… lugares peligrosos, oscuros, inquietantes y, casi siempre, tan llenos de vida que solo deambular resulta peligroso.
Caminando por cualquiera de ellos, incluso por los reales y no esos imaginados por mi mente desbocada, uno se da cuenta de que la vida se presenta hasta en el más recóndito de los lugares. Ya sea en los majestuosos árboles, de tantas y tan variadas formas, ya sea en los minúsculos animalillos que nuestros ojos no llegan siquiera a ver. El germen de muchos de mis bosques son recuerdos de lugares como el que tuve la suerte de pasear ayer: un hayedo en pleno valle del Pas en el que uno podría perderse para siempre. Hay unos cuantos que han sido hollados por mis botas. Sería imposible mencionarlos o describirlos todos, pues me quedaría mucho más que cortísimo. Y más aún que me faltan. Tengo que dejarlo aquí. Mi homenaje a los bosques no puede ir más allá si no quiero arriesgarme a resultar injusto de tan incompleto.
Felices lecturas.