La guerra

¡Qué palabra! Siempre, en mi historia. Nunca, entre lo que se desea. Y, pese a matar tanto, la guerra es la eterna superviviente.
220226 la guerra

Estas letras no pretenden ser originales, ni reivindicativas, ni poseer la razón ni mucho menos la verdad. Pero es indiferente. Es casi un deber, para cualquiera que piense en algo más que en la pelusa de su ombligo, dedicar al menos un minuto a pensar en la guerra. Más para alguien que escribe, aun sin pretensiones.

La guerra es algo omnipresente en mi historia. En muchas historias. En muchas grandes historias. Es un decorado fantástico para que los personajes creados por ese autor insomne lleven su capacidades, sentimientos y acciones al límite. Y eso siempre es un buen caldo de cultivo para una buena aventura.

Grandes libros narran guerras, sus consecuencias, sus orígenes, sus tripas o sus leyendas. Algunos incluso las llevan en el título: Guerra y paz, La guerra de las Galias, El arte de la guerra, La guerra de los mundos… Belicismo y Literatura corren por el mismo camino desde que coexisten entre nosotros. La guerra va ganando, pues existe desde que el humano existe.

Algunos dicen que lo que distingue al hombre de las bestias es que el hombre es un hombre sabio, que piensa, aprende y siente. Otros que es un ser social por naturaleza. Hay quien dice que es un animal político, algo no muy distinto de lo anterior si no existieran los partidos. Incluso existen los que sostienen que la cuestión radica en que todo hombre es potencialmente un artista.

Seguro que tienen razón. No voy a discutir. Pero, si tengo que escoger, me alío con quienes afirmen que el hombre es un animal que hace guerras. Homus violentus, nos llamé no hace mucho.

Como en casi todo lo que sucede en estos días, no creo que llegue nunca a saber (ni aspiro a ello) qué pasó en verdad para que esta guerra en Ucrania haya despertado un día, para ver que la pesadilla, al terminar el sueño, no había terminado. Solo lo saben esos señores trajeados, detrás de grandes mesas, sentados en grandes sillones, que hablan con grandes palabras llenas de grandes vacíos, mandan sobre grandes ejércitos, manejan grandes números, tienen grandes sueños y grandes ambiciones.

¡Igualito que algún otro personaje, pero en mis libros y sin traje!

Al resto de las hormigas nos llegan las cosas a través de la prensa (contaminada o no), las opiniones (contaminadas o no) y los sentimientos (contaminados o no) de quienes nos rodean. Este maniqueísmo es inevitable y contagioso. Las actitudes que quedan como únicas cuando tal desbarajuste golpea son colaborar o entorpecer el proceso, protestar o asumir callado lo que caiga, alistarse o boicotear la pelea, matar o salvar vidas… siempre antagonismos.

Decía antes que la guerra es un decorado, EL DECORADO, para que personajes de toda calaña lleven sus actos al límite. Pero no es solo eso, es mucho más. Es el escenario donde se muestra lo peor y lo mejor de cada uno de nosotros. La más infame de las cobardías y la más gloriosa de las valentías suceden en guerra. La más loable generosidad y el más vituperable egoísmo aparecen durante las guerras. Un voluntario anónimo salva la vida de un herido al lado del mandatario que pasa a escasos metros de los muertos, sin siquiera mirarlos.

Más sobre la guerra:

Las guerras han sido, desde siempre, hacedoras de sociedades y países nuevos, para bien y para mal. Han promovido avances tecnológicos que, aunque fuesen en un inicio para matar, luego han transformado la vida de las gentes que lograron sobrevivir. Han creado y cancelado rutas comerciales que cambiaron el sentido de la palabra comercio tras la finalización del conflicto. Han hecho evolucionar los medios de transporte y las infraestructuras como ninguna otra cosa en el mundo. Intuyo que incluso la Medicina prosperó gracias a momentos habituales de muerte como estos. A la guerra le debemos tanto como la maldecimos.

El punto de vista histórico (en el que soy un profundo lego, pero que me interesa siempre) de los conflictos, nos hará ver hasta qué punto la violencia institucionalizada del ser humano nos ha hecho ser como hoy somos.

Han sido también la mayor muestra de hipocresía de nuestros días. ¿En qué se distingue esta guerra, que hoy nos indigna y aterroriza a partes iguales, de las que vienen desangrando otros lugares del mundo hace décadas, sin ocupar tantas portadas ni tantas horas de radio o televisión? ¿Acaso es por estar más cerca de nuestros mullidos sillones? ¿Por afectar a una sociedad más parecida a la nuestra? ¿Por poder influir en nuestras vidas si alcanza cuestiones como el suministro de gas? ¿Por si la OTAN, de la que formamos parte, decidiese actuar, y tuviera que acudir a la brega algún soldadito de nuestro terruño (dicho esto con todo el respeto que esos soldados merecen)?

Es igual, aunque nada dé igual. Ninguna de las cuestiones antes mencionadas, u olvidadas aquí, justifica algo como lo que parece que está sucediendo (la desinformación siempre está ahí): el inicio de una guerra. Y todo esto quedará obsoleto la semana que viene, cuando todo empeore o acabe.

¿Realmente Rusia necesita que Ucrania vuelva a su redil? ¿Se escapó algún día?

¿En verdad es todo esto algo más que la consecuencia inevitable del ego de un ex-agente de la KGB que nunca dejará de serlo?

¿Merece la bandera que ondee en un edificio, olvidadizo para con sus ciudadanos, la muerte o el sufrimiento de uno solo de ellos?

¿Merece uno solo, no ya de los muertos o heridos, sino de los millones de refugiados que de seguro engrosarán la lista de los refugiados de todas las guerras del mundo?

¿Nada tiene que ver en esto el dinero que siempre habla (ya lo decía AC/DC), instiga y acaba matando?

¿Tiene nuestro lado del telón (parece que vuelve) algo que ver en el origen o en la no evitación de esta guerra?

Para alguien tan afecto a los datos como quien suscribe, demasiadas preguntas y muy pocas certezas.

Homeria palpita en una novela de fantasía, pero lo que rodea a sus guerras (y ha habido muchas…) tiene tanto de real como el sol que vemos cada día. La única diferencia es que los muertos que allí caen lo hacen por hambre, enfermedad, espada, flecha y garra. A nosotros, tan eficientes, nos basta con que alguien pulse un botón. Siempre he pensado en los dragones que describo, con todo su mortífero poder, como en una especie de arma nuclear de entonces, solo que infinitamente más elegante, más hermosa. Nada hay de hermoso en un misil.

Felices lecturas. O no… hoy no lo sé.

Imagen de Pixabay.

Eduardo Noriega

Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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