Una violencia indómita

La violencia es algo tan presente en nuestras vidas que, si no nos toca de cerca, ya ni nos damos cuenta.
Una violencia indómita

Una violencia indómita. En mis historias hay violencia. Es innegable. Parte de la trama es la lucha, con razones o sin ellas (para decidir eso está el lector), entablada a lo largo y ancho del escenario sangriento que es Homeria. Y esa lucha, para resultar atractiva, debe ser violenta. Es el magnetismo de la sangre, la fascinación del gore que, como autor, debo gestionar de la mejor manera. He parido personajes violentos de nacimiento, de vocación, por trabajo, por obligación e incluso por casualidad. Casi todos son o han sido violentos en algún instante de sus vidas. Como nosotros.

La cuestión es que, como tantas veces, y no por manido es menos cierto, la realidad supera a la ficción. Esta reflexión y la constatación de lo anterior viene a mí tras leer Una violencia indómita, del profesor Julián Casanova. Se trata de una aproximación a la historia europea del siglo XX, centrada en lo cruento de sus principales hechos.

Como todos los libros de Historia, debe leerse desde cierta distancia, aunque su autor sea historiador profesional y lo fundamente con ¡593! referencias con las que ilustra sus afirmaciones. Yo lo conocía de antes, de escucharlo en radio y televisión. La lógica de su discurso ya lo situaban en una posición favorable en mi criterio para dar credibilidad a sus palabras, aunque no por ello trago con todo a pies juntillas. Como él mismo dice en el epílogo: “Asumiendo que la verdad absoluta es inalcanzable, la función del historiador debe ser… la de descubrir modestamente las verdades, aunque sean parciales y precarias, descifrando en toda su riqueza los mitos y las memorias”. Difícil tarea. Pese a ello, o precisamente por ello, la acumulación de datos que se acumulan en estas páginas sorprende y fascina al tiempo. Datos, datos, datos… siempre datos.

Con todo lo que de inexacto e injusto tiene resumir todo un libro en apenas una frase, la idea que permanece en mí al volver la última hoja es que la tecnología, que tanto ayudó en otros ámbitos, permitió al tiempo que la violencia innata en el ser humano llegase el pasado siglo a cotas nunca vistas. Homo violentus. Y también que todas, absolutamente todas las ideologías, por infames que puedan resultar a nuestros ojos de hoy, tienen parte de su justificación en algún atropello supuestamente perpetrado por ese malvadísimo adversario omnipresente, necesario siempre para que cualquier masacre tenga lugar. Toda idea necesita de un enemigo para extenderse entre el populacho. Enumerados los conflictos así, brutalmente seguidos uno tras otro, los periodos sin guerra se antojan extraños espejismos.

Ojalá la violencia en el futuro quedara presa de las páginas de los libros. De los libros de ficción, claro. De los míos, por ejemplo. Lástima que eso nunca vaya a suceder. Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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