La buena educación

Hoy reflexionaba acerca de la buena educación…
buena educación

Es algo que me preocupa. No me quita el sueño (poco queda por quitar), pero sí es algo en lo que estoy enormemente interesado. No me refiero a las buenas maneras, la elegancia o la cortesía tan deseables y cada vez más escasas. No. Hablo de la educación como eso que se enseña a los niños, especialmente referido a lo que debería atesorarse tras nuestra estancia en los centros de enseñanza que moldean gran parte de lo que el niño será cuando alcance la adultez. Creo que yo recibí una buena (gran) educación. Desde luego en casa, pero también en la escuela, instituto y universidad. Como lego en la materia que soy, no dispongo de objetividad ni de elementos de comparación, pero es lo que pienso. Y una de las cosas que más me reafirman en esa opinión es lo que puede verse hoy en día por ahí.

Hace poco, enciendo la caja tonta (¿todavía alguien la llama así?) y me topo con un encantador y risueño animalillo, en sus treinta y tantos, al que para triunfar en un concurso sólo le faltaba adivinar una palabra de cinco letras, de la que tenía ocultas dos de ellas. Sabía que era una fruta, para más señas. Nada más podía ver: “_ I _ OS”. Tras muchos titubeos, la muchacha cree que ha dado con la solución. Muy contenta ella, presintiendo su triunfo, va y suelta: “¡QUICOS!”. Mala suerte. No era “KIKOS” la palabra buscada (con Q no, pero con K sí encajaba). Nuevos intentos, emoción, intriga, dolor de barriga… nada. Cada vez restan menos letras. De repente, prueba suerte con la H… ¡y acierta! Ya casi está. Del complicadísimo enigma, ya había descifrado “HI_OS”. No puede faltar mucho, sólo una letra.

Pero nada, no encuentra esa letra tan esquiva. Dudosa, piensa acertadamente que, si va enumerando todas y cada una de las letras del alfabeto y las sitúa mentalmente en el único hueco que le queda, alguna palabra se formará y será reconocible para ella. Comienza su listado, de viva voz: “A, B, C, D…”. Ninguna encaja. Su rostro muestra una profunda concentración. Su inquietud, nadando en una risilla nerviosa, casi atraviesa la pantalla. Sigue: “E, F, G…”. Se detiene por un instante en la G (creí que ya había dado con la respuesta que yo había visto hacía rato) y libera al mundo otra perla: “¡HIJOS!”. ¿¡»Hijos», escrito con G!? Poco después, sus años de parvulario al fin dan fruto y se da cuenta que H – I – G – O – S se lee “HIGOS”. Misterio resuelto.

¿Ese es el nivel de la educación que se obtiene ahora en nuestras escuelas? ¿O es una consecuencia de la manera de escribir, loca, contraída y apresurada hasta el extremo, derivada de Whatsapp, Twiter y demás? ¿Falta de costumbre lectora? ¿Sería todo ello al tiempo, junto con más cosas que ignoro? ¿O acaso fueron los nervios, tan humanos, tan fáciles de olvidar cuando marisabidillos como un servidor ven las cosas desde la quietud de su sofá?

Por cierto: la chica ganó el concurso y se llevó, a pesar de su exhibición, varios miles de euros. Me alegro por ella. Todo está bien cuando bien acaba. Felices lecturas.

Eduardo Noriega

Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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