El rielar de la bahía – El Diario Montañés

Que la bahía de San Vicente es uno de sus lugares más admirados y admirables es algo que tiene poca discusión, sea uno barquereño, forastero o marciano.
El rielar de la badia

La imagen que acompaña estas letras tal vez no sea la más representativa ni la más bonita de cuantas la bahía puede regalarnos (todo es opinable), pero ilustra una de las circunstancias que pasan más desapercibidas de todas en estas aguas: el rielar del agua en días soleados.

El DRAE, en una de sus dos acepciones, define rielar como «Brillar con luz trémula.», aclarando que ese significado es propio de poetas, o de un uso poético del lenguaje. Si se es un lego absoluto en cuanto a Poesía se refiere, como es el caso, que el empleo de palabra «rielar» con ese sentido venga acompañado de una supuesta cultura poética, hace sentir que se está utilizando de manera casi ilícita, usurpadora para con los verdaderos poetas.
Por suerte, el empleo libre del lenguaje es una de las pocas licencias que aún restan de eso que alguien llamó libre albedrío. Tan es así que incluso quienes lo usan peor que un hipopótamo usaría un piano, pasean por la vida sin el menor escrúpulo o sanción por sus faltas. Uno no puede hablar o escribir o cantar cualquier cosa, pues puede ser encausado e incluso condenado por ello. Pero sí puede decirlo mal…, y no pasa absolutamente nada. La Educación, la Cultura: siempre se acaba volviendo a ellas como origen de todos los males y esperanza para todos los bienes.
En esta imagen, trémulamente, agitadamente, brilla la superficie del agua.

Receta para conseguir tan hipnótico efecto: dibújese una línea recta imaginaria con el sol, el agua y el observador, y sitúese al agua en la posición intermedia. No hace falta nada más. Y nada menos.

El sol provoca el brillo, el centelleo, el reflejo, la comunión de la luz con un elemento tan ajeno para ella como el agua. Y es la brisa quien induce al temblor, a la agitación, al cabrilleo del agua para producir esas mínimas ondas —insuficientes para que alcancen a ser llamadas olas— que permiten reparar en ese destello, adherido al agua, como una pegatina que dura en su lugar nada más que un instante. Sucede solo cuando hay brisa, pues si el viento muta de esa leve caricia y alcanza a convertirse en uno de sus hermanos mayores, ya no hay vibración, ya no hay brillo que se pueda vislumbrar. El portento ya no está.

De todas las estampas con que la bahía de San Vicente es capaz de maravillar a propios y extraños, esas que se inmortalizan año tras año en miríadas de fotos, pinturas, vídeos y palabras, tal vez no sea esta la más digna de recordar. Pero es la de hoy. Es por esa fugacidad, por esa vida tan larga como la de un pedazo de pan que se echara de comer a los mubles, por lo que se merece un protagonismo que raramente sucesos tan efímeros llegan a rozar siquiera. Es un prodigio pero, como gran parte de los que lo son, dura poco. Es un miembro del «Club de los veintisiete», pero del paisaje y no de la música, breve por definición.

Hoy, en este Rincón, y gracias a los lectores que aquí se detengan, al rielar del agua en la bahía de San Vicente se le regala ese premio a la durabilidad, al recuerdo. Hablar de Inmortalidad sería un exceso reservado a muy pocos. Además, dentro de poco la brisa desaparecerá y bajará la marea. O se pasará la página. Por suerte, volverá.

09 El rielar de la badia - El Diario Montañés
Eduardo Noriega

Eduardo Noriega

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