Días de lluvia

Me gusta la lluvia. Más que el sol. Más que los días nublados. Más que la nieve. Tal vez sea por la costumbre nacida en un lugar como Cantabria, donde la lluvia es ese amigo que acude cuando menos te lo esperas, pero con el que siempre puedes contar.

No sé la razón, pero me gusta la lluvia. Para lo bueno y para lo malo. De no ser por esta lluvia, pausada y constante, ¿cómo íbamos a gozar de este verde, tan nuestro? Es un verde brillante, eterno, envidiado sin disimulo por las mesetas castellanas peladas al sol y los hormigones levantinos raídos por aguaceros desbocados.

En Homeria llueve. Llueve mucho. Demasiado, tal vez. A veces de lado, como aquí. Es una tierra dura y, por ello, he tenido que pintarla con un clima áspero, que hace a sus gentes tan duras como él mismo. También congela la nieve y quema el sol y araña el viento y ciega la niebla. Pero, sobre todo, llueve. Quizá por eso, en días como hoy, la lluvia que golpea el rostro y las ventanas me recuerda de lejos a esta Homeria nacida de mi cerebro enfermo y, de paso, cuán placentero es sentirla de lejos con una taza de café en una mano y un libro en la otra.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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