He tenido la suerte de crecer en un lugar pegado a la mar, que vive de la mar y que respira, come y sufre la mar. Que vive y muere en la mar (aunque la montaña también esté ahí, por algo somos montañeses). En un lugar así, además de playas, rías, arrecifes o humedales, los acantilados están siempre presentes.
En Homeria hay muchos, alguno de los cuales ya os he descrito en los libros. ¿Inspirados en estos? Quién sabe. Ayer paseé por uno, camino de Santillán. Más allá de su inefable atractivo, me quedé con un detalle que hoy quiero traeros aquí. Es el recuerdo de un naufragio acaecido hace ya algunos años, allá por 1977. Catorce marineros del “Lasarte”, la tripulación al completo, fallecieron ahogados aquel día. Hoy solo queda un pequeño monumento en recuerdo de la tragedia, yerto en esos riscos que iniciaron estas letras. En aquella época, en que la mar era mucho más importante para los barquereños que ahora, seguro que el calado de la noticia fue mucho mayor. Pero, al igual que la noticia, el cenotafio en los despeñaderos de Santillán ha sufrido el paso del tiempo y se ve roto, aunque orgulloso, siempre mirando al frente, a la mar que provocó su existencia.
Por eso, cuando mi mente y yo vagamos por unos acantilados como estos, lo hacemos rebotando entre la belleza del paisaje y el peligro del paso del tiempo. Felices lecturas.