Viaje a Valderrobres

Este fin de semana, con la excusa de haber resultado elegido finalista para unos premios de narrativa fantástica, hice un agradable viaje a Valderrobres.
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En estos días tuvo lugar, al amparo del Festival Aragón Negro, la entrega del Premio de novela corta Pedro Carbonell Castillero de Fantasía y Ciencia Ficción, celebrado en las localidades de Valderrobres y Fuentespalda. Según palabras de sus responsables, confiaban que éste fuera el primer ladrillo de una construcción que fomentara la buena literatura y, especialmente, la dedicada a la fantasía y ciencia ficción. Casualmente, mi dedicación de estos últimos años.

A mi ego y a espíritu competitivo les gustaría anunciar que resulté ganador, pero no fue el caso. Sin embargo, ser escogido para figurar entre los más destacados de entre la cincuentena de obras presentadas, con un pequeño (o no tanto) divertimento que titulé «El lector del cielo» (hay vida más allá de El libro Lacre), fue ya suficiente reconocimiento para mí.

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Los regalos recibidos, de los que aquí abajo presumo orgulloso recortados contra la pared de piedra de la fonda de otros tiempos donde nos alojamos, son siempre agradables. Pero quedan en segundo plano tras un nuevo paso en este largo camino que emprendo con cada página escrita. Vencidas la emoción y gratitud iniciales, pasarán a formar parte de mi pequeño museo de inolvidables recuerdos extraviados hasta que sean rescatados alguna tarde melalcóholica.

La cálida (nunca mejor dicho, a la vista de lo que los cielos nos regalaron) acogida brindada hizo que mi estancia en Valderrobres fuera además un agradable fin de semana de viajes por carreteras secundarias, descanso, gastronomía (¡cómo no!), reencuentros y descubrimientos.

A todos quienes participaron y dieron forma a esta fantástica iniciativa, desde Pedro Carbonell, mecenas y promotor del premio, pasando por Horacio o Carlos, y llegando hasta Juan Bolea y Vanessa Monfort, que compartieron sus experiencias y conocimientos con todos nosotros en el acto de entrega del premio, no puedo ofrecer a cambio sino mi más sincero agradecimiento.

Al pueblo de Valderrobres, paraje antiguo, a veces misterioso, a veces inquietante, a veces bullanguero, siempre interesante, que despertó en mí ganas de escribir más historias y que sentí como si fuera una persona más a la vera del Matarraña, empeñada en regalarme una placentera estadía, lo mismo.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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