Tierras de sangre

Hacía bastante que no escribía acerca de un libro. Hoy le toca a «Tierras de sangre», el penúltimo caído en mis manos.
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«Tierras de sangre» es un libro de Historia. Alguno ya sabéis de mi modesta afición por la Historia. Entre otras razones, porque es un caldo de cultivo maravilloso para las homónimas (con minúscula, como las que trato de acercaros) y porque ayuda a entender muchas de las cosas que suceden hoy en día.

Este ensayo llegó a mí recomendado por alguien que lo mencionó en la radio, no recuerdo quién. Pensando que conseguiría de su lectura algún tema más de conversación para hablar con el experto que conozco sobre el tema (ya hablaremos, Fran), caí gustosamente en la trampa y me hice con él.

Antes de comenzar la lectura, reconozco un leve ataque de envidia nada más leer el título. Me pareció fantástico para alguno de los desvaríos que me ocupan de tanto en tanto.

«Tierras de sangre, (Europa entre Hitler y Stalin)» (Timothy Snyder, Galaxia Gutemberg), narra parte de lo sucedido en las décadas de los 30, 40 y 50 del siglo pasado en lo que el autor llama «los territorios sujetos al poder policial y a las políticas de asesinatos en masa asociadas a éste, tanto de Alemania como de la Unión Soviética en algún momento entre 1933 y 1945».

Es una apabullante y descarnada sucesión de fechas, nombres, lugares, causas y consecuencias (hechos, al fin y al cabo), que trata de ser objetiva (soy de la opinión de que ningún libro de Historia lo es totalmente) y relata, sin excesos innecesarios, la violencia desencadenada en Europa del Este en aquellos años. Compara y distingue. Condena y justifica. No he percibido espíritu aleccionador en sus páginas, lo que siempre es de agradecer en libros de este género.

Tiendo a leer los libros de Historia con una mezcla inevitable de suspicacia y confianza en las palabras del autor. La proporción de ambas queda a gusto del consumidor. Snyder, historiador desconocido para mí, gozaba desde el minuto cero de cierta credibilidad, por el mero hecho de la experiencia académica detallada en la solapa.

El autor no es un político. No es líder de ningún movimiento. No es un propietario de algún medio de comunicación. No es un periodista paniaguado de otros. Es un historiador. Pero la duda siempre está (y debe estar) ahí.

Me tomé cierto trabajo en comprobar por mi cuenta un par de los cientos de referencias detalladas en «Tierras de sangre». No es algo que pueda hacerse con todas, sobre todo si son tan numerosas como en este caso, si nada más se lee el libro en la idea de aprender y disfrutar. Eso llevaría más tiempo de investigación que de lectura, que no era mi intención.

Casualmente o no, las que me dio por mirar resultaron ser precisas. Eso aportó un tanto más de credibilidad a las palabras. Ni aun así, el espíritu crítico abandonó mi lectura.

Más sobre «Tierras de sangre»:

Como lego en crítica literaria, no pretendo hacer un análisis extenso de la obra que pretenda influir en su eventual lectura para otros. Mucho menos sobre uno que versa de un tema tan complejo, importante y tratado como este. Solamente detallaré mis impresiones al concluirla, en plan conversación de barra de bar, suponiendo esa verosimilitud más o menos inocente que finalmente concedí al contenido.

Resulta estremecedor constatar cómo las ideas de (en sus inicios) dos personas pueden conducir a la muerte, hambruna o baños de sangre de tantos millones.

Resulta doloroso leer cómo un acto más o menos inocente  desencadena un rosario de barbaridades motivadas por la interpretación que algunos (mal informados o presionados en muchas ocasiones) hicieron de ese pecado original.

Resulta preocupante profundizar en las justificaciones que tiene toda acción. Incluso las que pueden considerarse de manera más o menos consensuada como atroces, son honestas para aquellos que las promueven al principio, y para todos sus acólitos después. «Dados los objetivos que se habían fijado, las decisiones de Hitler y Stalin fueron ¡ay! racionales», puede leerse en «Tierras de sangre» que dijo un tal Todorov.

Los números, la economía en particular, lo soportan todo. Todo forma parte de un plan, sostenido por puntales de barro o de hormigón, aunque a veces haya que improvisar para que el plan llegue a buen término.

Resulta descorazonador ver cómo, al menos en trabajos como este y desde la distancia que aportan los años transcurridos, las personas se convierten solamente en números, exactamente igual que sucedía en la época que se pretende describir.

En algún pasaje de «Tierras de sangre» se dice que «los nazis, por su parte, no mataron más a unos miles de personas antes de la contienda». ¿Son pocos unos miles de personas? Después de esta tremenda frase, sin embargo, el autor incide en que «cada muerte registrada sugiere una vida única, pero no puede sustituirla. Debemos ser capaces no solo de contar el número de muertos, sino de contar a cada víctima como individuo».

Resulta terrible averiguar a dónde conducen las ideologías, los actos subsiguientes, las necesidades de mantener una imagen o de sostener un proyecto, da igual si es factible o no, humano o no. En el texto se dice que Hitler «acogió encantado la oportunidad de matar a cualquiera que nos mirase de reojo».

Resulta brutalmente esclarecedor darse cuenta de que un libro, atractivo como pocos para el lector, puede hacerse pesado por exceso de datos y el consiguiente exceso de páginas. Seguro que, pese a esto, el autor quiso contar más y en algún momento tuvo que autolimitarse. Esto tengo que atármelo muy al dedo para los míos.

Resulta fascinante que un libro sobre Historia pueda seducir como este lo hace.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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