Casi todos tenemos un lugar al que llamar hogar, ya sea una vivienda, un pueblo, una ciudad, amigos, persona o familia. O todo ello al tiempo. Nuestro corazón reside donde allí donde queremos. Es un tema recurrente y siempre distinto en muchas novelas. Si se habla de la fantasía épica, siguiendo los pasos que Joseph Campbell estableció en su “Héroe de las mil caras” para la estructura narrativa que todo monomito debería tener, éste es uno de los escalones necesarios del periplo del héroe, una de las etapas que los protagonistas han de recorrer sí o sí… para encajar en su idea, claro. Yo no estoy muy de acuerdo. Cada novela tiene su ritmo, sus ciclos y lo mejor, muchas veces, es que no siga un esquema predeterminado o conocido, ganando con la sorpresa lo que tal vez se pierda en completitud.
Hay vueltas casa modestas, tan sosegadas que solo parecen buscar el reposo tras la extenuante aventura. Otras, francamente espectaculares. De éstas, siempre recuerdo la de Frodo, Sam, Merry y Pippin, los celebérrimos hobbits de Tolkien que, cuando retornan a casa, los últimos más altos y fuertes gracias a los brebajes de Bárbol, luchan y vencen a Saruman y a Lengua de Serpiente, aprovechados amos de la Comarca en su ausencia. Fueron tan héroes (o más, si uno hace caso de sus vecinos) en su hogar como lo fueron en sus andanzas por la Tierra Media. Ojalá yo pariese una tan buena. En mi historia no puedo deciros aún cómo será (ni si habrá) una vuelta a casa parecida, pero es sólo por no romper el hechizo y revelar lo irrevelable. Hasta que no lo ponga negro sobre blanco, por más que en mi cabeza esté ya muy claro cómo será esa parte, permanecerá oculto.
Lo único seguro, además de que un regreso no es sino una fase más del camino, es que toda vuelta a casa tiene un componente sentimental que (casi) todos hemos sentido en nuestras carnes alguna vez. Disfrutad las que estén por llegar y recordad las que ya pasaron. Como un febril amigo dice en una de sus canciones: “Bienvenido a casa”.
Felices lecturas.