El deporte y los libros

230128 deporte once contra once

No puede parecer extraño, pues un concepto como el deporte, aunque en nuestro mundo sea tan antiguo como alguna de las más añejas civilizaciones (recordemos la evidente Olimpia, sin ir más lejos), no tiene mucho sentido en una sociedad como la que pretendo mostrar en Homeria.

Esto, como casi todo, llega a mí de manera casual. Reflexionando luego sobre la cuestión, ¿sería posible la existencia de un deporte, algún deporte, en el mundo homerino? Supongo que la respuesta es que sí, aunque en los momentos incivilizados e inciertos que narro en los libros sin duda habrían pasado a mejor vida.

Algún vocablo de uso habitual en los tiempos de «El Libro Lacre» tiene su origen en conceptos lejanamente relacionados con el deporte. Por ejemplo, la unidad de longitud que llamé arcotán. Corresponde a unos 175 metros y es también llamado estadio. Estadio es seguramente el único término con cierta reminiscencia romana que se mantiene en la historia, pues he tenido mucho cuidado en evitarlos, pero en este caso decidí mantenerlo, haciendo de él y del arcotán medidas equivalentes, llamadas de un modo u otro según el territorio.

El caso es que el origen relacionado del deporte del arcotán deriva de que esa distancia equivalía a la usualmente utilizada para los concursos de tiro al arco en Homeria. Es ese tiro con arco seguramente el único deporte que se ha salvado de la quema en mi relato.

¿Hay más? Si existen, no tienen trascendencia en las novelas y, por ello, no han guardado para sí nada de protagonismo. Por eso no se mencionan. Cuando la vida está en juego, el deporte pasa a ser algo secundario, salvo que su práctica derive en habilidades que resultan de utilidad para la supervivencia o la batalla (podría pensarse aquí en cualquier tipo de lucha, carreras, saltos, tiro, esquí… muchos, desde luego).

No es algo que suceda en nuestro día a día, en el que los astros deportivos tienen demasiadas veces más relevancia y premio que cualquier otro personaje, quizá, más útil para la sociedad. No digo que más merecido, pues la valoración de los méritos de cada uno es algo que considero entra dentro del aspecto estrictamente personal.

Aunque hogaño, a fuerza de lesiones, vagancia y falta de tiempo, el deporte ya no sea parte relevante de mi vida, no hace tanto que sí lo era. Espero que, aunque no alcance su protagonismo de entonces, vuelva a ser algo parecido a lo que un día fue. Quizá entonces, en mis relatos, el deporte cobre mayor importancia.

Más sobre el deporte y los libros:

Porque libros acerca del deporte (y me refiero en lo que sigue estrictamente a libros de ficción, no a los divulgativos, de introducción a alguna disciplina en concreto o de consejos para llegar a ser un experto) hay tantos que es innegable su pedazo en la tarta literaria. Yo mismo he leído alguno, alguno de baloncesto que sé que está en mi casa, aunque no sea mi género preferido. 

Ahora mismo me viene a la cabeza «Once contra once: cuentos de fútbol para los que detestan el fútbol», un librillo de cuentos de varios autores entre los que creo recordar (no fiarse demasiado de mi memoria) a Rafael Azcona, Benedetti, Fernando Fernán-Gómez o Juan Manuel de Prada.

En esta obra, el fútbol, ese deporte que hoy ha devorado tantas cosas, tiene una presencia notable. Yo solo puedo confesar que alguno (tiene un huequito en mi memoria el de Fernán-Gómez, que juraría se titulaba «El directivo») me gustó, si bien no recuerdo haberlo comprado.

En otros, en cambio, el deporte, quizá sea más adecuado hablar de competición, es más bien el decorado que sirve para dar lustre y coherencia a la historia, como en «El auriga de Hispania», de Maeso de la Torre y «¿Acaso no matan a los caballos?», de Horace McCoy. En el primero, el nombre deja claro que las carreras de cuadrigas son el deporte escogido para perfilar la biografía del protagonista, mientras que en el segundo es un maratón de baile el que sirve para mostrarnos lo brutal del ser humano. En ese libro está basada la película «Danzad, danzad, malditos», creo.

Seguro que he leído alguno más, pero ahora mismo no lo recuerdo.

¡Esperad! Los comics de Astérix y de Mortadelo y Filemón, por supuesto (guardo un gran recuerdo el que dedicó Ibáñez a nuestro mundial 82, aunque debe tener uno para cada mundial o para cada gran competición deportiva, al menos desde entonces).

Habrá que aguardar a un relato que tenga lugar en nuestros días, o nuestro mundo, para ver si el deporte, cualquier deporte, tiene su sitio en él… como lo tuvo en mí.

Felices lecturas.

Eduardo Noriega

Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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