¿Cursos para escritores?

Un curso de estos es de esas cosas que no sabes si es bueno o malo. Tampoco tengo pensado averiguarlo, al menos a corto plazo.
cursos

Quizá estos cursos vengan por la popularidad de algunas vacas sagradas de la profesión, la pasión de algunos jóvenes (y otros no tanto) escritores por llegar a afianzarse en el mundillo y la enorme influencia y posibilidades que ofrece el panorama virtual. Hoy en día ser escritor es una profesión deseada por tanta gente como hace unas décadas era ser actor de cine, astronauta, médico o maestro. Yo mismo soy un intruso en este mundo (de momento), así que todo lo que sigue está escrito y pensado desde el más absoluto egoísmo y la mayor de las parcialidades.

El caso es que me llegó al correo una invitación a una webinar (otro de esos conceptos nuevos, que la RAE recoge como webinario o seminario web, y define así) que versaría sobre cómo ser escritor. Una charla por internet de toda la vida, vamos. Lo del curso vino luego.

¡Esta es la mía!, me dije. Por fin alguien me enseñará a pulir los escasísimos defectos que tengo como escritor, eso poquito que me falta para que mis libros se vendan por millones 😊. El ponente de la charla era un escritor de éxito (omitiré su nombre porque seguro que, cuando acabe estas letras, algo me habré metido con él o con su obra y ¿para qué más bronca?) que intentaría orientar a esos literatos primerizos en sus primeros pasos en este proceloso (siempre me ha gustado esa palabra) mundo.

Me apunté. Era breve. Era gratuito. Y, lo más importante, era un domingo. Si hubiera sido un día laborable, probablemente ni lo hubiera intentado. El caso es que me respondieron con el enlace para conectarme y asistir a esa charla, que también llaman masterclass, en otro innecesario anglicanismo (*). Uno más.

Me sorprendió la gran cantidad de cosas que el reconocido autor tenía en común conmigo en su planteamiento de la escritura como tarea, como profesión, como pasión o como vocación.

¿Me ayudaron sus consejos? Sin duda, pero no han cambiado mucho mi modo de atacar una página en blanco. Nunca renunciaré a escuchar a alguien que sabe más que yo de algo, como era el caso. Pero eso no significa que todo lo que diga sea válido para mi caso en concreto. Aunque suene muy gallego, no todos los consejos valen para todo el mundo: siempre depende de la persona y sus circunstancias.

La cuestión es que, en el momento actual de mi carrera como escritor, sus sugerencias, válidas, interesantes y, según el caso, más o menos prácticas, las tenía ya aplicadas de un modo u otro. No al 100%, por supuesto. Aún queda imagen de marca.

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Nunca usé, aunque sabía de su existencia, esos cursos, talleres o como quieran llamarse, de escritura. No los critico, por supuesto. Allá cada uno. La imposibilidad de adaptarme a horarios concretos era una razón, aunque no la única ni la más importante. Había también un gran espíritu individualista, arriesgado, quizá loco. Seguro que podía haber aprendido mucho entonces, incluso hoy podría hacerlo, pero de momento esa posibilidad no está en mi horizonte más inmediato. Lo que hago, bien o mal, es fruto de un sistema propio, de escuchar (no estudiar) a quienes saben y aplicarlo a mi horario, pretensiones e ideas, sin cursos de por medio.

Eso, hablando del aspecto puramente creativo. En cuando a la parte de la edición, en la que también tuve que hacerme a mí mismo y donde cometí muchos errores, seguramente hubiera agradecido mucho más la asistencia a ese curso. Al final, el egocentrismo involuntario y la idea de hacer lo que me viene en gana, muy arraigada en mí hace demasiado tiempo, pudo más que las ganas de ser instruido.

El trasfondo de la charla era, como no podía ser de otra manera, tonto iluso, publicitar un curso para proyectos de escritorzuelos impartido por el autor en cuestión, a través de la plataforma en cuestión. Y si te apuntabas en el mismo día, conseguías un 50% de descuento. Al poco de estar ante la pantalla, si me abstraía del contenido puro y duro de la charla, creía estar mirando la teletienda: en lugar de cuchillos de filo eterno, imposibles de desafilar, el producto era un curso para aprender a ser escritor.

No por eso abandoné. Como digo, la charla resultó interesante, anécdotas más o menos bobaliconas aparte. Recordó que todos hemos de comenzar dando un primer paso, inseguro para algunos, torpe para otros, afortunado para unos pocos, desesperante para muchos…, hasta los más grandes. Este tipo tuvo una suerte enorme, aunque quiero pensar que algo tendría que ver la calidad de aquel primer manuscrito enviado. No todo puede ser cuestión de fortuna, aunque sea importante.

El curso estaba planteado mostrando por el ponente todo aquello le hubiera gustado conocer al joven principiante que un día fue. No prometió éxito. Menos mal. Si alguien se creyera eso, entonces mejor que lleve el dinero que cuesta el curso a un casino y, al menos así, tendrá una oportunidad, por loca que sea, de ganar algo. Prometía, eso sí, una disciplina de trabajo, algo siempre interesante cuando se aplica a cualquier tarea, incluso a una tan dependiente de la inspiración como es escribir.

Al final, incluso la obra literaria más talentosa tiene como cimiento algo tan cartesiano como el método. O eso quiere pensar este pobre ingeniero con ínfulas de escritor. Para compensar tanto desvarío, aquí os dejo un avance de la portada del tomo III, obra del gran Juan Venegas, más centrada en los bichos de Homeria, como puede verse. Ya me diréis qué os parece.

Felices lecturas.

(*) Fe de erratas: gracias a un lector de esta entrada, he advertido que en su redacción utilicé la palabra anglicanismo cuando debería haber escrito anglicismo.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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