Hay días

Hay días en los que el trabajo se da mejor, por la razón que sea. Es tontería intentar averiguar la razón, aunque hacerlo sea parte del método racional que nos han enseñado para ser personas. Únicamente podemos tratar de repetirlos.
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Hay días de mierda en los que nada de lo que se ha logrado parece que vaya a servir a alguien. Pero, en vez de mandarlo todo al carajo, es preferible terminar pensando que esos días también son días vividos, necesarios para que lleguen otros con fines más válidos.

Hay días que amanecen oscuros y se van aclarando a medida que el sol se muestra y luego se oculta. Esa luz es la que hace que sigamos vivos y utilicemos nuestras habilidades para algún fin que creemos noble.

Hay días de dolor y gloria, en los que el dolor nos grita y la gloria nos mece y adormece. Aprovechar ambos es lo mejor a lo que podemos dedicar nuestros afanes.

Hay días gastados con seres infames, con seres maravillosos y días de soledad. Nada más que nosotros podemos evitar que los primeros nos afecten, que los segundos nos hagan añorarlos y sacar algo en limpio de los terceros.

Hay días de sal y nordeste. La mar es la mejor evaluadora de los hombres: quien la sobreviva, la soporte, la entienda, la cuide, la añore y la dé de comer será el mejor ser humano que nunca existió y nunca existirá.

Hay días de gritos y silencios, de amenazas y odios, de indiferencias e ignorancias, de faltas de respeto y razones para seguir. Siempre estarán ahí, rasgando todo con la excusa de su existencia. Mas no deben hacernos creer que estarán para siempre, haciendo descender la comisura de nuestros labios, pues son como las hojas en otoño: podrán cubrirlo todo, pero acaban cayendo y muriendo, llevadas por el viento.

Más sobre que hay días:

Hay días de verde y gris. En los bosques profundos y en la montaña salvaje se ocultan los seres mágicos que pueblan la imaginación de los niños y de los locos, las criaturas que atesoran más luz de todas y, a veces, incluso la regalan a los demás.

Hay días de amor y días de llanto, y otros días de amor y llanto. Dichoso quien haya aprendido a gozar tanto de unos como de otros, pues su alma estará contenta nueve de cada diez días, demostrando la inutilidad de la pose de los humanos que se creen inalterables.

Hay días de llanos inacabables y ríos casi eternos. Los primeros son atravesados por los segundos, para morir y para presumir de heridas de vida.

Hay días de sangre. Son esos días los que nunca serán olvidados, los que gobernarán el devenir del mundo, los que definirán quién es quién y serán añorados por quienes nada más buscan que su nombre permanezca grabado por siempre en la memoria de los estúpidos, en las páginas de la Historia inútil. Hay quienes ansían esos días y quienes los temen como a la peste. Por haber, incluso hay quienes se bañan en ellos, como cerdos refocilándose en el lodo de su cochiquera.

Hay días de acero y piel, cuando el metal frío e inclemente saja la carne, para traer de vuelta a la Muerte al lugar del que nunca se ha ido o, aunque parezca mentira, para mandarla lejos hasta que el tiempo desgaste una vida, no por un rato, no por cansancio, sino para siempre.

Hay días de voces y cánticos, en los que las proclamas se funden con los gritos, haciendo imposible discernir unos de otros, días en los que solamente se puede esperar que los más corajudos sean también los que disfrutan de la virtud acompañando a sus gritos.

Hay días, al cabo, en que uno deja a un lado la tarea, la vida, la miseria y se sumerge en un libro.

Felices lecturas.

Imagen: https://pixabay.com/

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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