Redes sociales

En estos días de promoción de «Epílogo en sangre», las redes sociales y toda internet cobran un protagonismo al que no me avergüenza reconocer que no estoy acostumbrado.
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Esta reflexión llega a mí por medio de dos noticias, una propia y otra ajena.

La ajena es que la ciudad de New York (y antes otros 41 estados de Estados Unidos) ha presentado una denuncia contra las empresas propietarias de las redes sociales TikTok, Instagram, Facebook, Snapchat y Youtube por creer que alientan «una crisis de salud mental juvenil» en todo el país.

Que las redes sociales pueden suponer un peligro no es nada nuevo. Mucho ha tardado en noticiarse una demanda como esa. Para pronunciarme como me gustaría al respecto (yo, que no soy nadie para hacerlo) me faltan datos.

Como usuario, he conocido sus riesgos y he sentido, en primera persona, lo adictivas que pueden ser. Que no esté más enganchado se debe, tengo que suponer, a mi escasa proclividad a su uso, mis otros quehaceres que impiden que pase horas delante de esas pantallas, lo poco que me gusta usar el móvil en casi todas sus acepciones y mi casi nula necesidad de entablar relación real con más personas de las que ya conozco.

Según he estado estudiando estos días, por mi edad pertenezco a los más jóvenes nativos de la llamada generación X, cuya definición, en cuanto a tecnologías os traslado aquí: Son personas que se han adaptado a las tecnologías, aunque no se les considera nativos digitales.

Esta generalización en cuanto a redes sociales, injusta como todas y necesariamente parcial, la entiendo como que, sin ser unos inútiles totales, los de mi quinta no somos, ni de lejos, usuarios muy hábiles, capaces de aprovechar todas las posibilidades que ofrecen, aunque sepamos acceder a ellas.

¿Es esto bueno o malo? Ni lo sé ni me importa, la verdad. Las redes sociales son, para mí, uno más de los nuevos instrumentos que medran en el mal llamado primer mundo, en esa idea de hacernos las cosas más fáciles y, sobre todo, más sedentarias y, últimamente, exhibicionistas.

Habrá gente a la que le resulten extremadamente útiles, divertidas o satisfactorias. Enhorabuena a los premiados. En mi caso, eso sucede únicamente un par de horas al año.

Habrá otros a los que se les antojen como las más perniciosas herramientas del diablo que haya podido parir la tecnología, condenadas a pervertir las relaciones humanas hasta terminar con ellas. No soy tan pesimista.

Y habrá alguno, como un servidor, que según se levante piensa una cosa o la contraria. Es parte de esa maravillosa paradoja llamada ser humano.

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El caso es que (y aquí llega la parte de la noticia propia) para un escritor en mi situación, según los bienintencionados consejos de más de uno, alguno de ellos buen sabedor del negocio, usar y aparecer con toda la frecuencia que pueda en estas redes sociales es una manera, casi podría decirse que «la manera», de llegar al gran público, de captar esos lectores que, desafortunados ellos, aún no conocen mi obra y que yo estoy buscando.

En estos días he usado redes sociales (en realidad las uso cada vez que escribo algo en esta web, pues estas entradas se publican también en Facebook y Twitter) para publicar una entrevista con personal de la editorial (de la que ya os hablé) para lo que tuve que crearme una cuenta en Instagram.

Si creo lo que ahí aparece, han visto la entrevista (a fecha de ahora mismo) 2.332 usuarios, desde el miércoles pasado. No está mal, desde luego. ¿He conseguido más lectores? Ni idea. Uno de los engaños de este diablillo es que no hay nada seguro, no son matemáticas que digan: de cada diez que vean la entrevista, uno comprará tu libro.

Tomé hace tiempo la determinación de que no haría en estas redes sociales nada que no haría merced a una relación personal y, de momento, cumplo mi autopromesa. Pero, si a través de ellas consiguiera unos cuantos miles de lectores para mis libros ¿mantendría mi palabra? Ni yo mismo lo sé. Tal vez sea capaz de prostituirme por el precio adecuado si la recompensa merece la pena.

Mientras tanto, disfrutad de esas redes sociales como mejor os plazca, no sea que mañana, en base a una de estas demandas (ni yo mismo lo creo según lo escribo) alguien tome la loca decisión de prohibirlas.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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