No sé si os había contado algo, pero hace unas semanas comencé un nuevo relato, que nada tiene que ver con Homeria o con los personajes que se pasean por ella. Éste será mucho más terrenal y cercano, aunque las pasiones humanas que rebosan en El Libro Lacre también aparezcan aquí. Espero, dentro de un tiempo, poder dar más detalles.
Me sentía un poco traidor a ese libro que está pendiente de asomar su cabeza al mercado, pero la espera nunca ha sido lo mío. Mientras la maquinaria de la imprenta y todos sus papeleos convierten mi texto en algo que pueda leerse, debo ocupar mi cabeza con algo y una nueva serie de desventuras sufridas por desconocidos fue la primera opción que llegó.
A estas alturas, la trama es poco más que la suma de un listado de los personajes principales, el planteamiento inicial y los hitos ineludibles, esos que sí o sí tendrán su lugar en la historia. Los detalles irán apareciendo conforme me siente ante el teclado y mi mente enferma me susurre vericuetos por los que haga discurrir a mis nuevas criaturas. Y con cada nueva revisión, por supuesto… de ésas siempre resultarán unas cuantas.
La cuestión que me ha hecho reflexionar y escribir estas palabras es que en estos momentos la incertidumbre acerca de cómo acabará la nueva aventura es, por encima de todo, emocionante. Crear algo de la nada ―o casi: las historias, al menos las mías, siempre están influidas por las que han pasado antes por mis ojos o se han colado a través de mis oídos― me anima y me asusta a partes iguales.
Esa aparente contradicción supone un acicate para el que llevo entrenándome muchos años y que sobrellevo bien, con alegría, incluso. La ficción esperanzadora se sobrepone a la realidad desalentadora, más aún cuando uno tiene, cual dios omnipotente y caprichoso, la capacidad de hacer de su historia lo que se le antoje.
Más sobre la emoción de lo nuevo:
Es emocionante iniciar una aventura que sé dónde acaba, pero no cómo lo hace.
Es emocionante cambiar drásticamente de género, ignorando si podré desenvolverme en uno nuevo con la soltura aprehendida gracias a dos mil páginas de fantasía previa.
Es emocionante pintar sucesos en terrenos que puedo visitar para contentar a mi obsesión por los detalles.
Es emocionante tomar decisiones. Son muchas: sopesar el tono que quiero darle a esta nueva ficción, si quiero que sea optimista, pesimista o ambigua, si lo escribiré desde la perspectiva de uno de los personajes o de un narrador externo, si intento que haya un trasfondo actual o me importan un bledo las modas de hoy en día, si saldrá lo que salga únicamente basado en la coherencia y la belleza del relato o intentaré que muestre un trasfondo que vaya más allá de lo que se lea en primer plano.
Es emocionante decidir si la idea tiene mejor asiento en épocas pasadas o en la actualidad, si los personajes se moverán mejor a caballo o en coches, si podrán usar teléfonos móviles o nada más que cartas.
Todo es emocionante, incluso las siempre presentes perspectivas de fracaso… o de deserción, si acaso finalmente termino dejando tirada a esta aventura como al perro proverbial.
Por eso, mientras llegan los ejemplares en papel de Epílogo en sangre y mientras se carga el ebook que ya he recibido y entregado al señor Bezos para que me ayude a difundirlo, esta emoción causada por lo nuevo llena mis ratos libres y mis sueños futuros.
De hecho, abandonaré ahora mismo estos desvaríos para retomar el nuevo proyecto. A ver dónde me lleva hoy.
Felices lecturas.
