La utilidad de lo inútil

Hay días en que estoy harto de las cosas útiles y otros en que las necesito como el respirar.
230916 utilidad inutil

He de reconocer que este título me lo he apropiado de Nuccio Ordine, que gestó un libro llamado de igual manera, leído hace mil años, seguramente atraído por el oxímoron y por la coincidencia con el pensamiento propio, si acaso lo tenía ya entonces. Nació en mi cabeza de modo inútil (no puede ser de otro modo), natural y, después de haberlo traspuesto al blanco de la pantalla, mi caprichosa memoria me hizo sospechar que quizá ya lo había escuchado (entiéndase leído) antes.

Así, sin la capacidad del profesor italiano y sin pretender llegar, o siquiera rozar, sus agudas y doctas observaciones ni sus profundos y sesudos análisis, he aquí mis reflexiones sobre la cuestión, que han de venir precedidas del homenaje a su primer autor, para no pecar de plagio, como no puede ser de otro modo.

Una de las muchas maldiciones de nuestra época es que todo ha de ser, por fuerza, útil para que sea bueno.

Los grandes avances tecnológicos no pueden sino ser útiles, pues de otro modo nadie les daría siquiera el nombre de avance. Las Matemáticas o Física teóricas logran escaparse por muy poco, pues casi todo en ellas es susceptible de ser usado para algún fin, aunque sigan teniendo honorables excepciones. Que así sea por mucho tiempo.

Ni el arte en cualquiera de sus formas, epítome de la inutilidad en otros tiempos, puede permitirse ser inútil hoy en día. Una película ha de ser rentable, una música ha de poder venderse, una pintura ha de poder llenar una pared en una galería, una escultura ha de merecer un espacio en un museo, o nadie apostará por ellas al punto de apoyarlas en su gestación y en su expansión.

Incluso la literatura, en cualquiera de sus formas tan queridas para mí, ha de poder enseñar, emocionar, enriquecer, loar u ofender a alguien, o será tan inútil para la estúpida mayoría que no merecerá siquiera iniciarse.

Entre los grandes de nuestra Historia, había quienes estaban de acuerdo con estas inútiles e inopinadas palabras y quienes, por el contrario, pensaban que eran tan estúpidas como inútiles.

El gran Rodin dijo alguna vez que útil es todo lo que nos da felicidad, quizá pensando en sus obras. O no. Según su razonamiento, si algo procura nuestra dicha, por raro que sea, ya tiene algún fin útil y, de ese modo, ninguna de sus esculturas no podría ser calificada de inútil, suponiendo que al menos a él le produjeron felicidad en algún momento. Quizá era un modo de vender más o un intento de elogiar aquellas obras que, por no entendidas o apreciadas, pareciesen a la mente abstrusa o iletrada como inútiles.

Para Sófocles, la obra humana más bella es la de ser útil al prójimo. Al fundir la belleza con la utilidad el ilustre autor de «Edipo rey» rescata de la papelera todo aquello que únicamente sea bello, estúpida cualidad, aupándolo a la categoría de útil y, por tanto, aprovechable, indiscutible y bueno para el prójimo.

En el mismo lado de la cama estaba Goethe, que aseguró, quizá cuando estaba a punto de palmarla, que una vida inútil equivale a una muerte prematura. Lo imagino diciendo tales palabras a sus hijos, esos ninis del dieciocho aferrados a los dineros de papá, al echarles la bronca por no cumplir con sus tareas, imposible permitir mostrarse ante ellos de un modo que no sea ensalzando la utilidad y el trabajo como lo más importante en la vida.

Hay alguno que incluso tenía alergia a la utilidad, como el magno Oscar Wilde que, amante de la irreflexiva belleza de los jóvenes, confesó estar dispuesto a hacer cualquier cosa por recuperar la juventud… excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad. Y esto pese a haber sido artífice de obras que pueden ayudar tanto a las mentes aburridas que son casi un sinónimo de útiles.

De entre los que sabían mucho más que yo de todo y, en particular de la inutilidad, me quedo con Ovidio. El poeta latino del amor comentó a algún compañero en la barra de un bar, una noche de demasiadas copas de mulsum, que nada es más útil al hombre que aquellas artes que no tienen ninguna utilidad. Casi como su descendiente el profesor Ordine. Incluso haciendo gala de lo inútil se presume de su utilidad, contradicción tan evidente como agradable al oído.

Más sobre la utilidad de lo inútil:

Quizá esta anatomía de la inutilidad se apoderó de mí al pensar en mi propia obra que, en este momento de su ciclo vital, puede haber resultado inútil a unos, útil a otros y, lo peor, el monstruo que puebla mis pesadillas, que causara indiferencia, aunque sea para aquellos que aún no la conocen.

La utilidad de las revisiones del resultado de las maquetas, cuando han de repetirse, repetirse y volverse a repetir, queda axiomáticamente convertida en inútil. Pero incluso esa inutilidad se verá dispersa como lágrimas en la lluvia y convertida para su desgracia en útil cuando, dentro de unos días, el inútil escritor pueda gozar del orgasmo de sostener su libro «Epílogo en sangre» en sus manos y aspirar el aroma del papel nuevo como si fuera una droga.

Como su autor, subjetivo y parcial por definición y por vocación, reconozco partes de la saga «El Libro Lacre» totalmente inútiles, si exceptuamos el egoísta placer que me produjeron durante su creación. Alguna hay que puede entretener, incluso hacer pensar o, con mucha suerte, emocionar. O insensibilizar. O excitar. O repugnar. Todas estas consecuencias, o alguna más en las que no quiero pensar, que se pueden obtener de su lectura hacen que, en su conjunto, tampoco mis historias hayan logrado huir del estigma de la utilidad.

No puedo concluir sin citar aquí una de mis comparaciones favoritas que, para mi desgracia, no es mía, y me asaltan de tanto en tanto cuando escribo. No recuerdo dónde la escuché o leí, pero decir que algo es «más inútil que un cenicero en una moto» es tan gracioso como certero. Gracias, héroe anónimo.

Prometo desde estas páginas que algún día escribiré algo con la declarada intención de que sea totalmente inútil. Exactamente igual, pensará alguno que haya tenido el cuajo de llegar hasta aquí, que esto de hoy.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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