Vermud Dovskin

Ya es hora de que os hable del algún miembro del ejército negro: he aquí al capitán Vermud Dovskin.
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Los soldados negros son ese personaje colectivo de «El Libro Lacre» aparecido en el inicio de «Mundo que sufre, mundo feo»  como una fuerza misteriosa que hostiga sin aparente razón tanto a los Ferrison como a los Mongaut. El capitán Dovskin es uno de sus más notables miembros. Deambula por Homeria extendiendo la fama de las victorias de los suyos y de la imbatibilidad propia.

La hermandad de la tropa negra con magos y dragones hace de ellos una hueste temible, pero son mucho más que eso. Surgieron de la necesidad de vencer a un mundo corrompido. La impiedad gobierna en ellos tanto como la igualdad entre los suyos. Existe la cadena de mando, por supuesto, como en todo cuerpo militar, pero las diferencias entre ellos las marcan la habilidad y el valor en la lucha, no el rango.

Y no hay nadie más hábil con el acero que el capitán Dovskin. Eso lo ha convertido en uno de los siete capitanes que comandan la tropa del color de la noche, el más joven, el más rebelde. En un ejército sin generales, los capitanes gobiernan. Nadie recuerda una derrota suya. Nadie recuerda un acto de clemencia proveniente de su corazón de piedra.

El origen de Vermud Dovskin está perdido entre la miseria de la Homeria más cruel. Su aparición, comandando el grupo que iba en pos del Viajante y del libro, supuso para el autor un reto por un personaje tan complejo. Tambíen una diversión especial.

Más sobre el capitán Dovskin:

Doté al capitán Dovskin de un rasgo muy característico: es tan capaz de soltar las mayores burradas por su boca plebeya que no hay frase suya que no esté cubierta de sangre, vísceras, insultos o tacos. Puedo asegurar que no es fácil escribir las líneas de diálogo de alguien así.

Quizá alguno logréis descubrir la razón de una verborrea tan sucia como sincera, de una coprolalia (¡qué nombre tan gráfico para la tendencia a decir obscenidades!) tan desenfrenada y tan lejos de ser un síntoma de otra cosa como Dovskin lo está de ser un enfermo. Cada juramento es liberado por Dovskin con total conocimiento de lo que dice. Si averiguáis el origen de esa tendencia, podréis presumir de conocer a mis personajes tan bien como yo mismo.

De cólera fácil, es sin embargo capaz de pararse en medio de una batalla, analizarla y observarla con los pozos de sus ojos y decidir cuál es el lugar más adecuado en el que orientar sus esfuerzos. O donde llevar a sus hombres al sacrificio, si acaso eso contribuye al buen término de la batalla.

Pero todo, sin excepciones, ha de estar orientado a un propósito, una meta, si no honorable, al menos sí útil. Nada de hacer que sus soldados, sus hermanos, mueran por nada. Es por eso que vigila las órdenes de los magos y, aunque jamás osará discutirlas, conocerá de ellas todo, pues sólo entendiendo lo que pretenden sus aliados dueños de la magia podrá conseguir Dovskin su objetivo: ser el mejor soldado que nunca hayan visto las leyendas de Homeria.

En este cuarto tomo que está por llegar, Dovskin acaparará para sí más protagonismo con cada página que volváis. Cada gota de sangre vertida por su afilada hoja logró en mí más y más cariño por este soldado despiadado, audaz, fiel, imbatible en la liza y poseedor de vista más preclara y más juicio de lo que sus palabras demuestran.

No puedo contar mucho más, pues mi deseo es que vosotros mismos descubráis y, quizá, lleguéis a amar a Vermud Dovskin, capitán de la tropa negra que os presento hoy, nacido del atinado pincel de Ángel Castro.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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