La mar

Seguro que, en estas historias, no he pintado bien el azul de la mar, pero no será por falta de ganas.
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Hoy he llegado a casa y, como suelo hacer, salgo un rato y, sin más, escucho la mar. Tengo la enorme suerte de que desde mi casa el rugido de ese (esa, suelo tratarla en femenino) gigante se oye perfectamente. En la noche, cuando el resto de ruidos quedan tan minorados como nosotros mismos, ese sonido es aún más sobrecogedor.

Y entonces, sin querer, pienso en cómo me he referido a ella en mis escritos. No soy un gran marinero, aunque me guste y lo goce como un niño en su cumpleaños cuando salgo a pescar (por vicio, claro; hacerlo para ganarse la vida es otra cosa). Pero crecer en un sitio como en el que yo lo hice, marca el carácter y graba la sal, en mayor o menor grado, en todos nosotros.

No hablo de vestir el traje de picayo, que yo no lo he sido, sino de algo tan simple y poderoso como sentirse más completo cuando se siente cerca, de buscar destinos con playa solo porque sí o de llegar a casa tras ocho horas de viaje y lo primero que uno hace sea salir a la terraza a escuchar ese run-run, a veces hipnótico, a veces atronador.

Más sobre la mar:

Hay un par de capítulos por ahí en los libros en los que pensé en esto un poco más que en el resto. Quise reflejar lo impresionante que resulta para aquel que nunca ha estado frente al mar la primera vez que sucede. Esto se narra, en la persona de Córnel, en el capítulo 13 de Todos los días muere alguien, que llamé Ideando planes ante los Mares Circundantes.

Casi recién caído en brazos del anciano Viajante, sin haber salido apenas del monasterio en el que creció, nuestro protagonista llega a Verdelineta, ciudad portuaria en el sur de Homeria. Nada sabía de mareas, ni de cómo huele, ni del sonido en el que te sumerges a su lado… queda tan impresionado al ver, al sentir la mar que, cuando vuelve de su paseo, está como atontado, desconcertado, preguntándose dónde ha ido el agua que antes cubría toda la bahía de la ciudad.

Hay en ese capítulo, además, un homenaje a mí mismo. ¿Por qué? Porque me dio la gana. La descripción del rompeolas es casi una copia de la que hice de uno similar en un relato corto, hace muchos años. Quise reproducirla casi tal cual, sin revisar, con sus errores y aciertos, preguntándome si algo que escribí hace tanto tiempo aún tenía capacidad para ser mostrado al mundo. Si reescribiese hoy esa parte, sin duda saldría muy diferente, pero como esta historia comenzó a gestarse hace mucho en mi cabeza enferma, me pareció una cortesía elegante hacer ese reconocimiento a mis letras más antiguas.

Otro extracto del que estoy particularmente orgulloso de ese capítulo es el pasaje en una taberna, una taberna de gentes de la mar. La llamé El muerto. Un doble sentido que aquellos que estén habituados al lenguaje entenderán y para los de tierra adentro será solo un nombre un tanto macabro. En esa fonda intenté dibujar, extrapolada a la época y al lugar, lo que yo mismo he visto, vivido, comido y bebido en tantas y tantas tascas de pueblos que viven pegados a la mar. Ya se verá si mereció la pena o no.

En Sin tierra ni patria, hay otro pasaje que recuerda algo a esto, aun siendo muy distinto del anterior. En el capítulo 23, Invitación a cenar entre sal y gaviotas, Léster llega a una ciudad costera y se reúne con el mandatario del lugar. Es un viejo amigo pero, por encima de todo, es un marinero. Sus ojos son del color del océano, su comida es la comida de la mar, su cargo (el Gran Pescador) nace de la mar y en cada una de sus frases aparece una expresión marinera.

El vocabulario marinero es extensísimo y yo solo traspongo lo poco que conozco, pero Yámin (así se llama este entrañable personaje) lo usa porque en él es tan natural como respirar. La conversación entre Yámin y Léster es una de las que más me enorgullezco de los dos (casi tres) libros.

No puede decirse que El Libro Lacre sea una historia que rinda tribut0 a la mar. Hay tantos mares, tantas gentes que lo viven y tantos lugares con aroma a sal, que era imposible abarcarlos en esta historia. Pero sí que puede decirse que están ahí, en esos Mares Circundantes que rodean Homeria, mis sentimientos al respecto. Y que, cuando la trama lleva a los personajes a sus orillas, mis letras se escriben más rápidas, más inspiradas, quién sabe si más marineras.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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