Lucas Mongaut

Lucas Mongaut es el Hijo, así, con mayúscula, del condado de Otonomia. Algún día, no muy lejano, todo será suyo, aunque tenga que ganárselo. Y, por supuesto, si su padre no lo pierde antes…
Lucas Mongaut

Lucas Mongaut fue marcado como heredero desde el mismo instante en que nació, relegando a un papel secundario a su hermana Beatrice. Ella no lo tomó a mal, al menos al inicio de la historia, cuando la primogénita de los Mongaut era una criatura bondadosa y nada preocupada por el poder, más allá de la facultad de hacer bien que otorga. Pero la Ley del Mayorazgo Varón (como era conocida en Homeria esa norma consuetudinaria, para nosotros conocida como la Ley Sálica) jugó a favor de Lucas Mongaut, sin que él lo supiera ni su hermana se opusiera. Y todo cambió.

Es inevitable que, por el momento en que trascurre la historia (en el primer capítulo de Todos los días muere alguien Lucas Mongaut pasea por los pasillos de El Risco unos tiernísimos catorce años y veintidós días), su personaje sea uno de los que más evoluciona en el texto.

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Lucas se halla en plena adolescencia si bien, en aquellos tiempos, con catorce años era considerado ya casi un hombre (su padre, el conde, se casó con diecinueve, tarde ya según los usos de la época). Rescato aquí una frase del primer tomo que describe muy bien ese estado de efervescencia inicial de Lucas Mongaut: “… hasta que no tuviese la mayoría de edad no podría estar a la derecha de su padre. Seguramente en esos momentos estaría, bien corriendo hacia la Sala del Consejo para no enfadar a su padre con el retraso, o bien preocupado en meterse en la sala de alguna de las domésticas para investigar lo que había bajo sus vestiduras.”

Cuando las desgracias golpean, lo hacen con todos, aunque la peor parte se la lleven siempre los mismos. Por ello, Lucas Mongaut, a quien el destino había designado para ser dueño y señor de Otonomia, se ve inmerso en una lucha quizá imprevista, pero desde luego no sorprendente. Y todo por mor de la ambición de su padre. Incluso él mismo, en su debut en la vida política del condado, insta  su padre, el conde, a marchar contra los odiosos furtivelianos.

Algo tan bárbaro como una guerra le hace madurar a marchas forzosas. Incluso peligra su posibilidad de mando, cuando la liza no marcha de acuerdo a sus deseos. En el segundo tomo, Sin tierra ni patria, al tiempo que la trama avanza, Lucas Mongaut gana en complejidad como personaje y en protagonismo como otonomio. Y en el tercero, aún en el horno, el papel que juega es todavía mayor.

No he querido profundizar en su aspecto sentimental, porque quise que sus ansias se centraran en la lucha y en la prevalencia de la casa Mongaut. Tiene alma de político. O de conquistador. Según se quiera mirar. Sé que con esto le estoy quitando un aspecto vital, sobre todo para un personaje tan joven, que tal vez le regale más tarde. Quién sabe. Sí que he ahondado, en cambio, en la paradoja de su fidelidad a su familia o a la victoria durante la contienda, algo que marca profundamente su carácter.

¿Renunciaríamos a vencer en una batalla si el único modo de conseguirlo es gracias a la ayuda de nuestro más acérrimo enemigo? A priori es un dilema de solución muy sencilla, que no lo es tanto si las fidelidades se llevan hasta el extremo. Y así es como sucede en la familia Mongaut. Así se vive en la familia Mongaut. Así se muere en la familia Mongaut.

Lucas Mongaut es un mediocre jinete (a diferencia de la magnífica amazona que es su hermana) y tampoco destaca como espadachín, lo que compensa con una gran habilidad con el arco. No con la ballesta, arma preferida en el condado Mongaut para lanzar flechas, sino con el arco. Ahí quise darle algo tan de moda en nuestros tiempos: gusto por lo vintage.

En la imagen que os presento, como casi todas las demás que os he regalado, nacida de la pluma del gran Ángel, se le ve con su caballo rosillo. A diferencia de otros personajes, para Lucas Mongaut su montura es nada más que una herramienta, dado que sus preocupaciones se centran en los territorios, las personas y en cómo apoderarse de ambos. Los caballos no tienen mucho espacio en los afanes de alguien así… a menos que, con el volver de las páginas, esto cambie. 😉

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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